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Foto del escritorIngrid Pistono

¡Silénciate!



Todo el día corriendo como un pollo sin cabeza, ocupada en mil historias que justifican tu estrés, la mala vida que llevas y lo poco que te cuidas.

Te gustaría ser feliz y estar fuerte pero eso no se puede alcanzar sin serenidad. La realidad es que pierdes la calma en cuanto las circunstancias se vuelven mínimamente complicadas:


Te pones de mal humor haciendo cola en el supermercado, te tensas en un atasco o si un semáforo tarda en ponerse en verde. Una mirada malinterpretada, un gesto o una frase inoportuna te sacan de tus casillas.


Si pierdes la serenidad, te pierdes a ti misma, el sosiego crea espacios y salidas diferentes.

Es mas importante mantenernos tranquilas que tener razón, desde la calma es fácil que puedas hacer frente a los problemas, incluso si tu mundo se está derrumbando.


Si te dejas llevar por la ira o por el miedo, te paralizas. Todo el rato suceden cosas que vulneran tu tranquilidad.

Ante la tensión, el mejor camino es mantenerse en paz. Puedes protestar y querer cambiar cosas pero lo vas a hacer mucho mejor desde tu aplomo.

Así que espera antes de hablar, respira, date un paseo o permítete algo que te guste antes de tomar una decisión.


Silénciate y escúchate.


No es tan importante lo que te hagan, sino como tú te lo tomes. Sólo si eres capaz de ver con claridad, puedes dar una respuesta adecuada.


¿Quien tiene la razón?, cada uno la suya. Todos hacemos las cosas lo mejor q sabemos con las herramientas que poseemos en ese momento.


La queja y el insulto no te favorecen ni a ti ni a tu interlocutor. Prueba a responder con indiferencia, con una sonrisa o con un abrazo, usa herramientas que seduzcan y lleven al oponente a tu terreno, embobado y desarmado.


Dedica unos minutos al día a escucharte en soledad. Decir que no tienes tiempo para estar un rato contigo misma es como conducir sin parar a repostar, antes o después te arrepentirás de no haberlo hecho.


Tú decides como quieres tomarte las cosas, dos no discuten si uno no quiere. No se trata de huir de los problemas sino de darles solución desde el sentido común, ese tan poco corriente.


Haz el caso justo a los ataques y a la mediocridad. Si te pillas entrando en bucle, en un in crescendo de pensamientos negativos, ¡para!, ¿te beneficia la actitud q estás tomando?

¿No te parece más agradable vivir con un prisma optimista que bajo la queja continua?

¿Para qué seguir con una actitud destructiva si está claro que te sienta fatal?

Si te llega un comentario desagradable eres tú la que decides cuanto te influye. ¿Por qué quieres tener un enemigo?, ¿qué ganancia tiene compararte con otro y sentirte inferior o superior?


No es necesario estar tensa para estar viva, el mal humor y vivir a la carrera no te favorece. En cambio la serenidad es un truco de belleza infalible: atenúa las arrugas, relaja la mirada y disminuye las ojeras y el rictus de la boca.

Así que, ¡serénate!


Deja de correr desenfrenada y analiza con calma...¿a qué dedicas tu tiempo? Seguro que sabes que es mejor disfrutar que “ir tirando” y que es más placentero vivir que sobrevivir.


Nuestro bienestar depende más de ser que de tener. Invierte en entusiasmarte y en sonreír, más que esperar a que tus circunstancias cambien, busca otra manera de mirar. Si no se te ocurre cómo, imagina que eres una niña y sin prejuicios, observa el mundo que te rodea por primera vez.


Prueba a disfrutar de no hacer nada mientras esperas a ser atendida, siente el aire en la cara cuando paseas por la calle, aprovecha el atasco para llamar a tu prima, escucha música mientras pones la colada, silencia el móvil a menudo, escúchate todas las veces que puedas, consiéntete con sentido.


Si no tienes ilusiones, ¡búscalas! Aprende a respirar, a mirar, a pasear y a escuchar.

Prueba a salir de excursión, invita a tus amigos a cenar, ponte un vestido que te favorezca, píntate los labios, busca un libro entretenido, baila, duerme, disfruta del silencio y de estar contigo misma.



Y, sobre todo, ¡deja de quejarte y de ser una llorona! Agradece que estás sana o que tienes gente que te quiere o que vives en una ciudad bonita y que sabes conversar o cantar o cocinar.


Si no te gusta algo, ¡cámbialo! Aléjate del mal rollo, dicen por ahí que es contagioso. El truco no está en hacer lo que te gusta sino en que te guste lo que haces.


Reparte sonrisas y alegría, parece que también se pega. Presta atención a todo lo positivo que tienes y sé agradecida.

Y cuando vuelvas a entrar en bucle, para y resetea.

Quédate sola, cierra los ojos y silénciate, esos momentos escuchándote son un lujo del que no deberíamos prescindir.



Este artículo está publicado en CosmopolitanTV:



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